De: La Frikipedia, la enciclopedia extremadamente seria.
Nota: Léase con voz de Félix Rodríguez de la Fuente, de Jordi Hurtado, de Troy McClure, de Constantino Romero o similar.
Bienvenidos al extraño mundo de los números. Durante nustra visita, serán informados por el profesor Oak, quien nos mostrará las maravillas de éste extraño lugar y de las criaturas que en él se regocijan. Una de ellas es el siete, número esquivo y misterioso del que trataremos de conocer sus extrañas costumbres. Acompáñennos a esta extraordinaria aventura mediante el documental "El Siete; un antiguo enemigo"... ¡Chan-Chan-ChanChááán-Chaaaaaaaaaaannn...! (Música de inicio del National Geographic).
El siete es un número que ha fascinado a los más poderosos e inteligentes individuos de todas las culturas. Los babilonios lo adoraban y levantaban letrinas en su honor. Los egipcios lo conocían como un dios, y lo llamaban Seth, palabra que se ha conservado hasta nuestros días y se sigue utilizando en arameo, marroquí, hebreo y catalán. Incluso los indios Aztecas lo conocieron también, aunque para ellos era un número maligno, una deidad siniestra que conocían como Sinpatchcarlaglaramúndolour.
¿Pero acaso estos ritos y tradiciones se remontan sólo a la antigüedad? No, pues a día de hoy se sigue sin saberse mucho sobre dicho número. El demonio católico Benhemath cortaba el queso con una espada de siete filos. Se dice que los gatos tienen siete vidas, y numerosas leyendas urbanas y supersticiones circulan alrededor del siete, e incluso hay una séptima (aún peor y más poderosa que una secta) que hasta hace unos años retransmitía una serie de televisión llamada 7 vidas. El demonio nazareno Cualgamenesú tenía siete cuernos, y era un diablo vengativo, según los expertos.
He aquí algunas de las supersticines (no, no es un superhéroe) que más circulan en estos tiempos:
Para conocer mejor los hábitos y los hábitats de este extraño GameBoy Advance SP Girls Edition, un orinal, dos sherpas en una caja de cerillas sin cerillas, tres guías, un mechero de petróleo, dos cantimploras, una red, un detector de números, la revista ¡HOLA! y un chorizo de cantimpalo.
Nuestro equipo ha partido ya desde San Petersburgo y se dirige a Sydney en un viaje con paradas en Viena, Venecia, Vladivostok y San Petersburgo otra vez. Cuando llegamos a Sydney debemos encontrar el modo más rápido para transportarnos hasta el Sri-lanka, el fin de nuestra travesía, con el que ya serán siete las paradas que hemos hecho. Después de 47 horas de viaje llegamos a nuestro destino. Técnicamente después de 47 horas de viaje ya estaríamos en el segundo día, pero con el retraso horario del viaje apenas ha pasado una hora desde que partimos de San Petersburgo. Después de viajar en el tiempo de este modo tan ridículo, volvemos al punto de partipa porque uno de nuestros exploradores se había dejado el cepillo de dientes.
Nos encontramos ya en el desierto de la numerología. Han hecho falta muchas horas de viaje y dos de nuestros guías han muerto por el camino, pero inexplicablemente y de nuevo gracias a la diferencia de la franja horaria hemos vuelto atrás en el tiempo y hemos llegado una hora antes de la que partimos, así que nos hemos visto a nosotros mismos en el pasado y casi nos morimos del susto. Aquí, en el desierto, un viento más contante que x cuando y tiende a -1 azota el páramo día tras día. Establecemos nuestro campamento sobre una colina, y mientras tres de nosotros dormimos en la única tienda de campaña los otros cuatro y el guía que nos queda compiten afuera para sobrevivir en el frío. Por fin descansamos del agotador día que hemos tenido.
La suave brisa de la mañana nos despierta y casi nos arranca la piel a tiras del jodido frío que trae consigo. La tienda de campaña no ha aguantado el poderoso viento, se ha despegado del suelo en plena noche y ha ido a estrellaste a 7,7 kilómetros del campamento base (¿coincidencia? No lo creo). Los cuatro que estaban fuera están esparcidos por el suelo, de nuevo debido al viento. Siguen con vida, pero del guía no hay ni rastro. Sospechamos que el último guía se ha "guiado" por su instinto y se ha ido a su casa. Cobarde bastardo. Reconstruiremos nuestra tienda antes del anochecer, pero ésta vez la situatemos debajo de la colina. De nuevo somos los tres sacrificados de siempre los que tienen que dormir en la tienda, mientras el resto del equipo disfruta de la noche estrellada y la brisa nocturna.
Ésta noche una crecida del río se ha llevado nuestra tienda y la ha arrastrado unos 77 kilómetros (¿coincidencia? No lo creo). Iremos a buscarla, y si de paso encontramos a algún superviviente de la expedición lo remataremos y lo usaremos como reserva cuando no haya nada que comer. Desgraciadamente ninguno de ellos está muerto, muy malheridos, eso si, pero no muertos, y se resisten demasiado a que acabemos con su sufrimiento. Esta noche reconstruimos la tienda de campaña, en medio de la ladera de la montaña para que no haya disgustos.
Las resbaladizas rocas donde sujetamos nuestro campamento no han resistido el peso y se han venido abajo demoliendo parte de la montaña y sepultando a nuesto equipo. Hemos sobrevivido todos, pero cada vez estamos más jodidos malheridos. Comenzamos a pensar en que debimos meter un botiquín en la maleta, en nuestras madres y también en las madres de las piedras, los ríos y los vientos. Por lo que parece la tienda de campaña fue medio demolida, arrastrada por el viento y el agua durante 769, 7 kilómetros (¿coincidencia? Ya me la suda...) y arrojada a un volcán en erupción, tragada por la tierra y enterrada a 7.000 metros de profundidad. Sospechamos que no la volveremos a ver. Por fin no tenemos que desperdiciar el tiempo en la jodida tienda de campaña y podemos dedicarnos a la investigación.
Nos dirigimos al nacimiento del Río Setpis, hogar según parece de los sietes salvajes. Se trata de un pequeño valle con agua estancada, que en ésta época del año está casi seco. Nos escondemos tras la escasa vegetación a la espera de la ansiada recompensa. A las 7:07 vemos aparecer a la primera forma de vida: un siete enorme, probablemente el macho alfa de una manada, se acerca a beber en el río. Mide unos 77 centimetros de largo, da siete largos sorbos de agua y cagadeposita siete excrementos en el suelo. Minutos más tarde aparece el resto de la manada. Las hembras amamantan a sus crías apaciblemente con sus catorce pezones y los jóvenes pastan alrededor. Pero de pronto, el viento cambia, y algo ahuyenta a los sietes. Un enorme nueve carnívoro aparece como un rayo desde detrás de unas rocas y ataca velozmente a una de las crías. Asistimos impotentes a la muerte del joven preadolescente, mientras el nueve se lo traga por su enorme agujero de nueve filas de dientes. Desafortunadamente, el nueve aún no está saciado y detecta nuestra presencia. Mientras intento recordar cómo imitar el sonido de una roca para pasar desapercibido mis compañeros maldicen en silencio. Ellos intentan defenderse lanzándole piedras, pero el depredador se acerca muy rápidamente. Así que hago lo único que se me ocurre: lanzarle la caja de cerillas con los dos sherpas dentro. EL nueve lo engulle, suelta un eructo de nueve segundos y se va nuevamente por donde ha venido. Ha habido suerte.
Mis compañeros no están satisfechos con la misión, y ambicionan algo para no volver con las manos vacías. Han decidido capturar a uno de los sietes, preferiblemente joven, para llevárnoslo de vuelta a civilización y estudiarlo. Yo no estoy de acuerdo. Yo capturaría a uno de los grandes para comérmelo. Decididos a capturar a una de las criaturas, nos dirigimos de nuevo al valle de los sietes. De nuevo la manada ha venido, como cada mañana a beber agua. Preparamos el primer plan.
Al final uno de nosotros, el profesor Burstchen Baldroff, se ha hecho pasar por un siete gracias a un traje que le hemos hecho con las pieles del chorizo. Al ser muy grande el macho alfa se ha enfrentado a él, con desastroso final para el profesor, pero al estar magullado y humillado la manada le ha aceptado como hembra de emergencia. Ha tenido que amamantar literalmente a un par de sietecillos pequeños, lo cual le ha dad ventaja para me´térselos debajo del traje y salir huyendo en cuanto ha podido. ¡Ha sido un éxito!
Metemos a uno de los sietes en el saco de patatas, y a los otros nos lo merendamos. Nos vamos a dormir con la esperanza de haber hecho un buen trabajo.
Fracaso. Durante la noche el joven siete se ha deshecho de su jaula, ha corneado a todo el equipo con el cuerno (sí, esa barra que algunos sietes suelen tener enmedio) y nos ha hecho tragar por el culo lo que quedaba del chorizo de cantimpalo. Además ha destrozado todas las pruebas que teníamos y la GameBoy, nuestro único entretenimiento. Volvemos a la ciudad humillados y sin haber conseguido finalmente ninguna prueba de la existencia y hábitat del siete. Eso sí, todos guardamos en nuestro interior el íntimo deseo de no volver a ver un libro de matemáticas nunca más.
De este modo, la comunidad científica sigue sin tener noticias y sin saber nada de este extraño número. Tan solo podemos basarnos en conjeturas y en lo que podemos extraer de las antiguas leyendas. Pero aún así, tal vez sea mejor porque podemos seguir soñando... (Tan-chan-chan-cháaaaaaaaaaaaaan-chaaaaan....) (The End)
El siete es el número finito más grande que se conoce, ya que viene antes de (el 8 tumbao). Se representa por la grafía 7. Debido a lo enorme de su tamaño, el siete se suele usar en frases para expresar algo grande o que ocurre muchas veces. Por ejemplo:
La demostración del enorme tamaño del siete fué probada por el matemático Cantor en su famoso artículo "Demostrazionen von kommen infiniten sein acht tumbaden". Véase infinito.
La teoría del ocho tumbado nos plantea varias dudas sobre la consistencia del universo, y algunas de ellas son: ¿El nueve tumbado es más grande que infinito? Pero tal vez sea ésta otra pregunta que deba ser contestada en otra ocasión y en otro lugar... Tal vez aquí.
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