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Torneo entre dos o más participantes para decidir una cuestión de honor. El duelista A, o retante, debe golpear la cara del duelista B, o retado, con un guante o similar. (Se puede utilizar un calcetin sucio para menoscabar el prestigio del retado, pero suele inducir en un cabreo importante por su parte) y exclamar con voz potente ¡TE RETO A UN DUELO! Luego, al retado le corresponde elegir el arma con la que se decidira el duelo.
Los duelos deben hacerse con ciertos tipos de armas reglamentarias.
La espada es un arma tradicional en duelos de todo tipo. El florete es especialmente apreciado por los duelistas profesionales.
Con este tipo de armas es útil la técnica del mono de tres cabezas. Se le avisa al contrincante de la hipotética (y falsa) existencia de un mono de tres cabezas, precisamente a sus espaldas. Cuando mire y esté despistado, se aprovechará para descuartizarlo lentamente.
Los tradicionales duelos a pistola deben realizarse con el pistolón: una especie de trabuco corto, que tiene la mala costumbre de disparar en cualquier dirección excepto la que se pretendía. Es por eso que jueces, jurados y hasta el público corren peligro.
Modernamente se ha intentado sustituir el pistolón por una Beretta S92, una Smith & Wesson de calibre .44 o incluso un AK-47. Sin éxito: el índice de muertes sube espectacularmente, con lo que sus partidarios tienden a la extinción. Y reconozcámoslo: no es lo mismo ver a dos mendas tirar de Kalashnikov. En lugar de un duelo eso parece una partida de Counter Strike.
En los barrios más populares como Fuenlabrada el populacho desconoce las sagradas e inmortales reglas del duelo de honor; pero eso no quiere decir que no sepan liarse a porrazos como energúmenos. De hecho, su arma preferida es la cachiporra.
En estas peleas el que gana no conserva su honor (ambos son, recordemos, canis y no entienden de eso); pero igual consigue que la jessi más ordinaria se la chupe. Algo es algo.
Los duelos deben seguir un conjunto de reglas eterno e inmutable, para no caer en la barbarie que identificamos con "darse de hostias"; mucho más civilizado pegarse un tiro por turnos.
Dolor de muelas, una herencia, vestir la misma ropa, una tos inoportuna; cualquier excusa es buena para organizar un duelo. Sin embargo, los puristas prefieren los duelos por motivos tradicionales.
Los cuernos son un motivo perfecto: lavamos nuestro honor luchando contra el bastardo que encalomó a nuestra mujer. El marido deshonrado tendrá en cuenta que si pierde el ridículo puede ser monumental (recordemos la expresión cornudo y apaleado). Sin embargo, el amante debe evitar a toda costa el duelo; conviene que el marido de nuestra amada se conserve durante muchos años, para poder chulearle.
Otros tipos de ofensas pueden ir desde un insulto fuerte (no vale batirse porque te llaman gilipipas) a una deshonra pública. ¿Ese compañero de oficina más ingenioso que nosotros se mete con nuestro aspecto físico? ¿Nos mira de forma torva el quiosquero al darnos el periódico? Un duelo es la forma más civilizada de resolver estos pequeños inconvenientes.
Más arriba dijimos que en un duelo participan dos o más personas. ¿Exactamente cuántos se permiten? Está claro que veinte espadachines contra uno no es duelo, es un puto abuso.
Las reglas pueden variar ligeramente. Por ejemplo, contra Dartacán podían ir veinte perros del Richelié, y se veía bastante normal. En general un duelo no se considera de buena educación a no ser que sea un uno contra uno (o one on one en inglés). Vamos, que no vale traerse a un amigo (o a cuatro primos si eres gitano o cani).
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