De: La Frikipedia, la enciclopedia extremadamente seria.
ATENCIÓN El autor de este artículo pide una ayudita. Porque es más triste de robar que de pedir. Se le han terminado las ideas y pide de rodillas a los frikipedistas (más listos, inteligentes y guapos que él) que le ayuden a terminar o mejorar su obra. |
«Claro, firme aquí que solo avala su casa, sus hijos y su coche su televisor»
~ Un prestamista en su dia a dia
«¡Pero si me dijo que solo avalé mi televisor»
~ Tu en el juicio
«¡Menudos hijos de puta chorizos!»
~ Tu viviendo bajo un puente sin mirar la frikipedia tras perder el juicio
Un préstamo son unos leros que te dan porque los necesitas urgentemente necesitas más dinero para pagar la putas, la droga, el internet para ver la frikipedia la comida (si no llegas a fin de mes), para comprarte un 600 coche o demás chorradas imprescindibles para el dia a dia
Pero el hijo de puta del prestamista siempre te dará el dinero si le das más de lo que te dió. Esa diferencia se llama sablazo a tu bolsillo Interés
El interés es un numerico que se sacan de la manga los prestamistas y que viene a significar que devuelves más pasta de la que te dieron. Existen varias formas de calcular el interés que se aplica a un préstamo:
También el tipo de interés puede ser fijo o variable. Fijo quiere decir que no cambiará con el tiempo, por mucho que le implores a Santa Rita de Casia o que seas amable con tu banquero. Con el variable, pues eso, que varía. Y cualquier cosa puede hacerlo cambiar, para tí, siempre a peor. Algunos ejemplos:
El plazo no es el masculino de plaza, ya que como por todos es sabido las plazas se reproducen asexualmente. Es el tiempo que te da el banco para que le devuelvas el dinero. Hay que ser muy cauto al explicar el motivo del préstamo, porque si se pide para comprar un DeLorean con condensador de fluzo (lo que lo convierte en máquina del tiempo), el plazo puede alargarse viajando atrás en el tiempo tantas veces como el ombligo de Stephen Hawking resista a la torsión de las singularidades particulares, como pedirle un cleenex al propio abuelo el día anterior de su boda.
Normalmente, y para préstamos pequeños, el plazo puede ser inferior a los tres siglos, pero para las hipotecas se convierte en un contrato peor que el matrimonio, en el sentido que el banco (a partir del contrato, el marido) no va a ir de vacaciones con el pringao ni mucho menos menterse en la cama con él para calentarle los pies en una noche fría de noviembre.
El banquero, a pesar de lo que se pueda decir de las crisis galopantes en la que siempre nos han metido a los pringuis, es una persona conservadora. No va a soltar el dinero, que tan poco le cuesta de ganar, así como así. Tiene que asegurarse que el pardillo al que se lo presta se lo puede devolver.
Para esto se han empleado varios métodos a lo largo de tiempo:
entre otros. Pero el más común es pedir un aval.
El aval puede ser cualquier cosa que se pueda pagar con dinero, excepto sexo, drogas y armas. Puede ser un piso valorado muy por encima de su precio real, lo que convierte al préstamo en una hipoteca/contrato de matrimonio. También puede ser dinero de otra persona, con lo cual el préstamo se convierte en una fuente de mal rollo, porque si alguien que no es un banco tiene ese dinero, pero no te lo presta, pero convence al banco para que te lo preste... pues hasta el más rudo cerebro entiende que algo ahí falla.
Es muy difícil determinar a qué espagueti volador). Además, para encontrar las cláusulas clavadas secretas del contrato, al pollo se le ocurrió incluir un juego: un intrincado e imposible laberinto de frasecitas con asteriscos que te llevaban de una página para otra. Para llegar a la 443, tenías que leer el contrato borracho de salmorejo, haciendo el pino y en una noche con eclipse solar, mientras que Saturno estuviera alineado con la Estrella de la Muerte y Tatooine.
Tras este párrafo rico en conocimientos, se procede a decir lo que anuncia el encabezado, que para eso es, coñe: los préstamos fueron inventados el día en que los nobles y la iglesia dejaron de tener el poder económico en el país, y pasó al Gobierno (o pelotón de chorizos con traje y corbata -menos Miguel Sebastián, que no la lleva nunca-). Antaño, tú pagabas tus diezmos a la iglesia y al noble de turno tan ricamente. Pero ahora, los malvados del traje te ahogan con impuestos sangrantes y cuotas fantasma que te amargan la vida. ¡Quien fuera un campesino medieval...! Con sus horarios de 18 horas, su sueldo inexistente, su única comida diaria a base de cebada, berenjenas o lo que fuese que plantaras.
La historia de los préstamos se inicia en la edad de piedra-papel-tijeras, en lo que hoy llamamos Italia, y que por entonces se llamaba Nonsiamounabotta.
Antes, la gente rica se guardaba el oro en casa, pero con la invención de los jinetes burgundios de escayola necesitaban más espacio. Así empezaron a pedir a los cambistas, que eran los que compraban y vendían el oro, que les guardasen la pasta para poder presumir de jinetes sin estorbo de esas engorrosas sacas llenas de vil metal.
Los cambistas también querían jinetes burgundios de escayola, así que se sacaron un invento de la manga. Dejar el oro que les habían dejado a otras personas, quedarse con su cara, y pedirles que, por el mal trago que pasaban cada vez que los dueños originales de oro les preguntaban, les devolvieran un poquito más de oro.
La iglesia, que también quería su parte, empezó a decir que eso era pecado, que si irían al infierno y que Norris les castigaría. Así que los cambistas tuvieron que volver a calcular la cantidad que les tenían que devolver, sumando la parte para sobornos eclesiásticos, también llamados bulas.
Pronto todo el mundo quiso su parte: los cambistas (convertidos en banqueros), los poderosos, la iglesia, el ejército, hacienda, hacendado, el Fari y un larguísimo etcétera.
Muchas gracias.
Búscate la vida, que yo me he roto el cráneo para componer esta definición. Si quieres saber más, pregunta al espagueti volador, que es omnipoderoso y todopresente. Si no estás conforme, ve esto:
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