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María Aurelia Teodora Crimilda, más conocida por Maricastaña (por ser la inventora del truco de “las castañas voladoras”, el cual transmitió a Ilúvatar.
Maricastaña vivió una infancia marcada por la represión pues su padre era más puritano que los emigrantes del Mayflower. Las pieles no podían dejar ver sus rodillas y también se le prohibió tener huesos en el pelo (y en esa época, quién no llevara huesos en el pelo no era nadie).
Por suerte o por fortuna, vayan a saber, el padre de Maricastaña muere atragantado por un hueso mientras comía el pavo del día de Acción de Gracias.
La Mari, en lugar de sentirse apenada se suelta la melena, ya sin la protectora presencia de su padre. Viajó al este, donde los mejores maestros le enseñaron el enigma del acero y volvió toda convertida en una ye ye. Inventó la minifalda de leopardo, que causó gran furor entre el género masculino, y un nuevo peinado con todos los huesecillos que pudo encontrar para fastidiar al espíritu de su padre, retorciéndose desde su tumba.
Por aclamación popular es nombrada Primera Reina de los Frikis. En su reinado se establecieron las normas básicas del movimiento frikiano: La dominación mundial, fe en la fuerza y la santificación del carnaval.
Una vez convertida en icono socio-cultural Maricastaña empieza a codearse con las gentes glamourosas del lugar. Pega el braguetazo con un guerrero cazamamut muy popular como cantante de country.
Pero este guerrero, llamado Víctor Alfonso de la Vega, está liado en secreto con su secretaria y juntos maquinan un plan para deshacerse de Maricastaña. La acusan falsamente de adulterio con el dientes de sable que tenían como mascota. Es juzgada y acusada culpable (como prueba se mostró un test psicológico falso del traumatizado felino). Recibe la pena máxima de la época: Arrojo a los wombats.
Tras su desaparición comenzó una época de Caos por el mundo, cosa que aprovecharon los Dinosaucers para hacerse con el control.
En el 3.529 después de Ilúvatar, fue canonizada y santificada por la secta del pingüino. Hoy día se pueden contemplar sus restos mortales en el Museo de Antropología de la Antártida.
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